El señor que te marea.
Hubo alguna época en que la Humanidad
era joven, inocente y manipulable; durante ésa época, el poder
estaba repartido entre personas comunes y corrientes que habían
descubierto la manera de vivir cómodamente del esfuerzo de los
demás, y no solamente éso, sino que también habían encontrado el
punto clave para que aquéllos a quienes explotaban y manipulaban se
sintieran agradecidos, protegidos y conformes con ésta situación,
si no es que terminaban “defendiendo” contra enemigos igualmente
poseídos por “la verdad”. Reyes, nobles, el clero, las
religiones, la ley del más fuerte (o del más avezado o del más
arriesgado o del más manipulador) impuesta a través del miedo a
perder lo poco que se poseía en algún arranque de pasión del
“poderoso”. En ésta época inocente, un judío dedicado a
perseguir a una secta recién nacida dentro del propio judaísmo,
tuvo una revelación. Revelación no de cómo erradicar de una sola
vez y para siempre a los sectarios, sino de cómo aprovechar en
beneficio propio y de aquéllos que estuvieren en posesión de parte
del secreto (o todo, da igual para el caso) de cómo obtener
una vida pingüe y libre de preocupaciones; encontró la manera de
conducir, exprimir, controlar, generar el control necesario de la
masa enfeverbecida y enfebrecida, logrando así tener una recua o
manada o hato o rebaño de personas desprovistas de inteligencia
propia y que como las crédulas ovejitas que son y fueron diseñadas
así para tal fin, se dedicaran a alabar, defender, expandir,
interpretar, reinterpretar y a veces hasta matar por la idea impuesta
a través del miedo en sus mentes y sentimientos: Había nacido la
religión “cristiana”.
Éste precursor, Saúl de Tarso
(posteriormente conocido como Pablo de Tarso o más cercano en el
tiempo, San Pablo), tenía necesariamente que crear de la nada un
personaje que encarnara o al menos diera cara a la idea que había
pergeñado en su astuta mente. Un personaje de tal dimensión
suprahumana que trascendiera cualquier interpretación por absurda e
improbable que fuese, capaz de adueñarse de las características de
otros seres igualmente improbables e imposibles a los que tuviera
acceso directa o indirectamente y sin embargo, pasar como el
verdadero, único e inalienable creador y poseedor de tal nueva
característica (en programación orientada a objetos, ésto se
conoce como “herencia de clase”). Parte del
camino ya lo tenían andado los creadores del dios que adoraban,
defendían y mantenía sojuzgados a los judíos, que habían dotado a
un demiurgo de segunda clase de una cantidad y calidad de
características “divinas” que era solaz y punto de control para
la clase dominante en la religión judía; por tanto, a nuestro
pequeño compilador de características se le ocurrió la brillante
idea de hacer un TYahVéh.Create(Self) (más programación
orientada a objetos. A veces, la deformación profesional hace presa
de mi cerebro..., ustedes, lectores, sabrán disculparme) y
obtener así a un SuperHombre, un ser “humano” de características
tales que fuese un modelo imposible pero deseable de seguir por
cualquier persona en cualquier circunstancia de la vida. Tal
personaje nació de una virgen (como Attis, Herakles, Apolo,
Ahura-Mazda, Buda, Krishnáh y muchos otros dioses y héroes),
vivió pobremente en una época que la riqueza estaba destinada sólo
a unos pocos (paradójicamente, los más ricos entre los poderosos
SIEMPRE tenían un pie o una mano o la
cabeza en una religión), tuvo una docena justa de seguidores
(muchos de los cuales se supone que aún vivían en la época que
el creador del personaje [no
olvidemos el hecho que sigue siendo un ente de ficción, como Harry
Potter, Paul Muad'Dib Atreides o el Yaqui Don Juan] lo dio
al mundo), fue traicionado por uno de sus seguidores y amigos,
sufrió tortura, vejaciones sin cuenta y una muerte cruel y ejemplar,
para finalmente resucitar y ascender en una forma divina a un lugar y
tiempo que nosotros, pobres humanos rodeados de carne finita y
mortal, sólo podemos imaginar (palabra clave de toda ésta reseña)
y aspirar a alcanzar alguna vez; tal personaje está sentado a la
diestra de su “padre divino” y DICEN (no
me consta, no lo creo posible y sobre todo, no hay una sola prueba
tangible, mesurable y coherente sobre éste supuesto) que nos
juzgará en un imposible, siempre anunciado y nunca llegado “juicio
final”.
Una vez creado el personaje y la
envoltura literaria que le proporciona sustento, características y
metas, el paso lógico siguiente es darle propósito y razón de ser.
Nada más fácil que crear un sistema de culto, adoración, ritos y
rituales para invocar la “protección” de éste personaje (viene
a mi mente cada una de las novelas de Mario Puzo de “El Padrino”),
pero sobre todo, allegarse de una nueva clase dominante que
interprete, reinterprete, acomode a las circunstancias, rija y dirija
a los adeptos de éste personaje y derivados por el camino que
supuestamente marcó para sus crédulas ovejitas saulofans.
Anacoretas, diáconos, sacerdotes, obispos, arzobispos, cardenales,
papas, pastores, “ancianos” (título ridículo que ostentan
los jovencísimos mormones que llegan a tocar a tu puerta en las
mañanas dominicales, y que las más de las veces aún huelen a talco
para bebé, leche rancia y pañal usado) o regentes, todos y cada
uno compartiendo características comunes: personas ambiciosas,
dispuestas a rendir su ética en las aras de su ambición de poder y
sed de control total, manejando los entresijos de las características
inherentes al personaje al dedillo, creando y adaptando a sus aviesos
propósitos nuevas y novedosas capacidades y superpoderes (y si no
me cree o tiene dudas sobre lo que consigno en éste texto, chútense
alguna vez el programa de los “pare de sufrir” o escuche a los
testigos de jehová o a los “cristianos evangélicos” con ánimo
crítico. Se sorprenderá de cómo adaptan a ése personaje a alturas
insospechadas por su creador “original”.), pero sobre todo,
comparten su gusto y necesidad vital por el control de las personas
en sus vidas privadas, en su economía familiar y personal,
pensamientos, metas e ilusiones hasta grados en que los defensores
internacionales de los derechos humanos protestarían enérgicamente
si se tratara de, por ejemplo, un patrón en una empresa o un
político o un medio masivo de comunicación, qué sé sho (como
dirían los argentinos), pero como es una religión, es
voluntariamente aceptada (las más de las veces) y forma parte
de su ritual y dogma, ni cómo ayudarlos.
Y así, pasó la Historia de la
Humanidad, permeada por éstas ideas (nada más, ni nada menos.
Ideas.) hasta que pensadores, filósofos, políticos y líderes
se apartaron del camino marcado y exclamaron un “'¡ya basta!”
que le dio respiro y espacio al crecimiento intelectual, moral y
político de la Humanidad (sí, soy gran admirador de Voltaire,
Marat y Robespierre y no niego que éste parteaguas en la Historia es
el punto de quiebre creador de la Humanidad tal como ahora la
conocemos). El poder que ostentaba antes de la Revolución
Francesa el clero y sus allegados se ha diluído gradualmente con el
paso del tiempo (lamentablemente, los retrocesos en el proceso son
demasiados para mi gusto) al grado de que en ésta época
reciente, el tubérculo, perdón, el papa ha ofrecido disculpas a la
Humanidad y a la Historia por el juicio a Galileo Galilei y la
condena a la muerte en la hoguera de Giordano Bruno, la iglesia
católica ha modificado sustancialmente su concepto del Universo y el
Cosmos para adaptarlo a lo que la Ciencia ha descubierto y que es tan
evidente e inocultable que hasta un niño de primaria (por
supuesto, no en México, por que la educación primaria en éste país
da lástima y pena, MUCHA pena) sabe, conoce y aplica, ha pasado
de la orden a la sugerencia hasta llegar a la mera opinión en
cuestiones tales como el aborto, el control natal, la composición de
la familia, la educación de los pequeños humanitos, y una cantidad
de “etcéteras” que aún no me complacen por completo, pero que
no dejan de ser notorios y a veces hasta satisfactorios, al grado que
me hacen exclamar un alegre “¡No que no, cabrones!”. Con los
protestantes la situación es similar pero no completa, para perderse
irremisible y tristemente en el caso de los más acendrados
“seguidores del cristo”, los evangélicos, testigos de jehová y
mormones. No niego que sigo esperanzado a que en un futuro cercano
(aunque no en el transcurso de lo que me resta de vida, cincuenta
años vividos como que comienzan a pesarme) la Humanidad se
sacuda el yugo de las religiones, cualquiera que éstas sean
(budistas incluídos) para lograr la verdadera TRASCENDENCIA
de las ideas por sobre las supersticiones, de las acciones por sobre
los oprobios, pero sobre todo, de la Ciencia sobre el oscurantismo
que preñó en algún momento a la Humanidad y no le permitió
avanzar durante mil años, casualmente, el tiempo que duró la época
de mayor auge de la religión cristiana, la Edad Media; ésta sería
una buena causa para que todos los Humanos en conjunto nos
adhiriéramos y trabajáramos, pero aún la sociedad no está
preparada para sacudirse las telarañas que han nublado la visión y
las metas de la Humanidad por casi 2,000 años (y cuidado, los
musulmanes [¡partida de idiotas
cabezasdetrapo!] vienen “pisando fuerte” y exigiendo su
tajada del control de las ideas de la Humanidad. ¡Qué pena!,
llegaron tarde, ya les ganaron), no permitiendo que la moral
pública y la ética humana se adueñen de las leyes, como debería
ser, sino que aún dependemos (para bien o para mal, más mal que
bien) de una moral creada y perfeccionada bajo el toldo de una
tienda de campaña fabricada con cuero de chivo hace más de 4,500
años, diseñada por pastores de cabras hebreos para controlar a sus
esclavos y heredades con mano de hierro y sin temor a una rebelión,
puesto que es “palabra de dios”.
Y así, la Nueva Humanidad debería nacer muy pronto. Esperemos que mis nietos tengan la dicha de presenciar y atestiguar éste nacimiento que sí debería celebrarse por todo lo alto, no el de un personaje de ficción creado para sojuzgar y maniatar la mente.
Y así, la Nueva Humanidad debería nacer muy pronto. Esperemos que mis nietos tengan la dicha de presenciar y atestiguar éste nacimiento que sí debería celebrarse por todo lo alto, no el de un personaje de ficción creado para sojuzgar y maniatar la mente.
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