Lo que no has de querer...

...en tu casa lo vas a tener, reza un antiquísimo dicho mexicano (dice el dicho y dice bien) que resume la sabiduría cotidiana de un pueblo tan diverso, ideosincrético (ojo, sincretismo de ideas, no "ideosincrático", de ideosincracia), tan voluble y antitético como es el pueblo de México.

¡¡Aahhh!!, cómo empezar. Por el principio, dirían algunos. Como ya he comentado, mi padre era un hombre bastante arreligioso, casi ateo; en su época, confesar ser ateo y comecuras era sentencia segura al ostracismo social, máxime en un país eminentemente católico y que ha dado al mundo santos y beatos como para armar canastas de regalos. Y mi madre, mi santa y abnegada madre..., descendiente en línea directa de Saúl de Tarso (o casi casi, por que mucho tiempo en su juventud lo dedico a impartir catequesis en pueblecitos y rancherías a través de todo México.), católica de hacha y tajo, sospecho que hasta fue "cristera", nada de sutilezas ni medianías respecto a la ortodoxia en materia religiosa..., y sí, de éso hablaremos en éste post, de cómo comencé en éste camino llamado ateísmo militante que yo seleccioné voluntariamente; pero no platicaré el resultado, que muchos ya conocen, sino el camino en sí, el por qué y cómo llegué a ésta meta que augura otras más.

Imagínense a un niño gordito, con cara de "no rompo un plato, pero cuida tu vajilla" y una rara tendencia al "¿Y por qué ... ?" insatisfecha siempre, asistiendo a clases de religión para hacer la primera comunión, con tan mala suerte que una de las amigas más antiguas (en varios sentidos) de mi madre era la encargada directa de hacer que la religión entrara en mi cabeza, vía auricular o a través de la rendija que abrirían los sendos zapes y cocos que me administraba; imagínense también a ése mismo niño, ansioso de aprender, contrastando las ideas recién adquiridas con su madre (¡Cuánto la hice sufrir con mis preguntas!, me cae que sí es una santa) y con una biblia bastante vieja (Aún tiene partes en latín y griego, muy útiles durante la vocacional..., pero esa es otra historia, y me cae que le busqué algún pasaje escrito en arameo) y poner en problemas y hasta en ridículo involuntario a mis catequistas. Para algunos de mi generación, asistir al catecismo era un suplicio extremo, por que en sábado en la mañana, estar metido dentro de una iglesia escuchando a una anciana solterona que te zapea y coquea cada cinco minutos no era precisamente lo más chistoso o productivo del mundo, algunos hubiéramos preferido estar jugando canicas o trompo (aún tengo mi trompo campeón, madera oaxaqueña maciza y pesada, pesadilla de varios del barrio...) o balero con los cuates, o molestando y pellizcando niñas, o la "cascarita" de soccer (Yo como espectador, por que la verdad, estoy negadísimo para el soccer..., por eso, como que lo odio.) pero no..., una viejecita carcamán nos hablaba de las bondades de un ser misterioso y mágico llamado "dios" que envió a su hijo "Jesucristo" a "lavar los pecados" de la Humanidad, incluídos los de todos los niños de 8 años que haríamos la primera comunión ése año. ¿Y por qué?, preguntaba yo. Por que nos ama mucho, me respondían. ¿Pero por qué si nos ama mucho, permite que exista el pecado? Y nunca recordaba la respuesta, el jalón de oreja, el zape o el castigo físico impuesto por apartarme de las preguntas "permitidas" impedía escuchar o comprender la respuesta. Obviamente, regresaba a casa para acribillar a mi madre con preguntas que si bien me duraba más que mi catequista en turno, tenían un final idéntico; creo que la religión comienza con sangre y dolor a temprana edad para quienes somos diferentes o rebeldes.

Y llegó el gran día, el día que haríamos nuestra primerísima confesión de pecados ante un sacerdote, previo rezo del acto de contrición y demás parafernalia, penosamente aprendido como lorito veracruzano a base de premios y castigos (más castigos que premios, a veces)..., "¿Cuáles son tus pecados, Felipe?", me preguntó el padre Tomás, "Pues no, ninguno..., no robo, no he matado a nada ni a nadie, no he tenido sexo aún, pero tengo muchas preguntas que nadie me responde adecuadamente.", fue mi errónea respuesta a su pregunta, pero más error cometió el sacerdote al preguntar "¿Cuáles preguntas, niño?" ¡¡¡ZAZ!!!, 15 minutos después salí del confesionario con cara de "no mamen, no entendí nada", el sacerdote asomó la cabeza y llamó al siguiente niño, pero con una cara de espantado que seguramente le duró hasta mi siguiente confesión, cosa de dos o tres semanas después. Al día siguiente, vestido de blanco, con mis padrinos al lado, acompañado mis tías, tíos, primos, familiares, amigos, conocidos y desconocidos, hice mi primera comunión; proféticamente, casi me atraganto durante la ceremonia, yo sentía que la hostia tenía el tamaño de una hogaza de pan de centeno, y a punto estuve de escupirla en un acceso de tos. Para colmo de mis males, me dan también el tradicional vino de consagrar rebajado con agua, choque para mis papilas gustativas y más tos..., viéndolo en retrospectiva, esa premonición de mi futuro ha sido la más acertada hasta la fecha. Y ahora, han pasado cuatro años, en los cuales entré a la secundaria y durante los cuales, según para "sacarme el demonio del cuerpo" (Sí, ríanse..., eso decía mi madre.) me inscribieron como monaguillo de altar en la parroquia a la que asistía mi madre; he de reconocer que serlo tiene sus ventajas, como que las chamaquitas católicas te veían diferente, así como más atractivo. Yo me aburría como ostra perlera en temporada baja, un par de veces le imprimí a la campanilla un ritmo más rockero de lo que debería (ya comenzaba con el enamoramiento del rock, amor que me ha durado hasta la fecha. Más que mis anteriores matrimonios, por supuesto.) y la sotana roja y la pelliza blanca me causaban escozor y sudaba peor que mafioso gordo en un sauna (¿Más premoniciones?) y solamente duré un año y meses, comenzando por que mis bajas calificaciones voluntariamente aceptadas y los consiguientes exámenes de recuperación lo impedían, y por que francamente ya me había cansado de hacerle manoletinas y chicuelinas a mi madre para no ir a misa, ya se me habían acabado los pretextos creíbles y comenzaba a acudir a los increíbles.

El caso es que durante un periodo de evaluación religiosa, regresé a la iglesia de la comunidad a participar en un grupo juvenil, a la par de mis constantes y productivísimas actividades de los Scout y la próxima entrada a la Vocacional. Y me encontré con ése padre Tomás que tomó mi primerísima confesión; como que vió algo en mí, por que me dijo "¿No has pensado en entrar al seminario de los jesuitas? Te lo toman como si fuera la preparatoria y puedes hacerte sacerdote." Lo pensé cerca de una semana, le avisé a mi madre de mi decisión (que ella recibió con lágrimas en los ojos: Su hijo mayor, SACERDOTE..., hasta la boca se le hizo agua.), empaqué, me despedí de todos y partí al seminario jesuita. ¡¡Sí, leyó usted bien!!, entré al seminario. Nuevamente, por si no le quedó claro: ENTRÉ A ESTUDIAR A UN SEMINARIO JESUITA. Pero claro, mi natural curiosidad, mi rebeldía y mis preguntas fáciles de hacer pero difíciles de contestar me aseguraron mi boleto de salida del seminario después de un semestre de estudios de latín, griego e historia del catolicismo, materias que para nada tenían que ver con una educación preuniversitaria, al menos en el mundo real. Y el detonador de mi salida definitiva fue la muerte de mi padre y mi entrada "oficial" al agnosticismo cuasi-ateísmo gracias a todas ésas preguntas no resueltas que yo estaba terco en encontrar la respuesta. Y me dije a mí mismo "Mí mismo, creo que si quieres respuestas, hay que bajar a la fuente de todo" (Pinches malpensados, dije "bajar a la fuente", no "bajar al agua", cabrones) y gracias a que en los Scout conocía a dos o tres buenos judíos, comencé un acercamiento al rabbí Avrom Romano Cohen en calidad de "preguntador molón oficial" para terminar tomando clases con él de hebreo y lectura de la Toráh y la Mishnáh; en algún momento me preguntó "¿Te gustaría hacer tu Bar Mitzváh?", petición que no pensé más, por que estaba más que conforme con la idea de ser judío converso. Las clases para hacer el Bar Mitzváh son muy rígidas, casi tanto como las que me soplé con mis catequistas católicas, excepto que los castigos físicos están prohibidos (Aunque un par de veces a la esposa del rabí, Rivka, casi se le olvidó ése precepto conmigo.) y que no dejan nada inconcluso, incluyendo las preguntas más ríspidas y susceptibles de polémica. "¿Estás circuncidado?" ¡¡Gran pregunta, cero respuesta!!, salí huyendo de la sinagoga, con mi pene completo y más sabio; aún me buscó años después la señora Rivka, y así me enteré del fallecimiento de mi rabí, canté la Kadihma y el Shemá Yisrael a la par de sus hijos en su funeral y jamás regresé.

Con el islam, el romance fue breve, tormentoso y ríspido. Una época que realmente no fue trascendente en mi vida, excepto por el corán que conservo y leo de vez en cuando, y las bellas poesías de Gibrán Khalil Gibrán; pero al menos, comprendo lo necesario de ésta religión como para reírme de quienes dicen que es "religión de paz y amor" y espantarme cuando veo las noticias, sobre todo cuando los primeros escarceos en Kuwait hace años y los más recientes en Iraq. Una visita a los Haré Krishnáh me convenció que tampoco el hinduísmo tiene respuestas, sólo generan más y más preguntas. Preguntas que a través de la lectura de incontables libros y artículos he entendido, he comprendido y sobre todo, he aplicado; el último y más iluminador libro que he leído sobre el tema, "The God Dellusion" de Richard Dawkins me ha resultado más esclarecedor que todo lo leído anteriormente, y me ha afianzado en la convicción que mi decisión fue correcta, ha sido fructífera y será permanente.

Así es como después de estar en las tres más grandes religiones monoteístas y lecturas miles y variadas, llegué a éste punto, a ser ateo militante, a dejar la diplomacia en contra de las religiones a favor de "ojo por ojo, diente por diente, mano por mano", y sobre todo, llegar a la convicción que los dioses están hechos de la misma materia que los personajes literarios: De imaginación y papel.

Dedicado a Rodrigo Cruz Ibarra, sin cuyo reto a mi memoria y recuerdos no hubiera existido ésta entrada a mi blog. Servido, chavo.

Comentarios

  1. Gracias por el honor compañero... y después de todo esto... ¿Nos resolvieron alguna duda? yo creo que no... sus dioses son inexplicables y la unica forma de creer en ellos es seguir la linea de la fe ciega por que de otra forma no hay lugar. QUE MALA SUERTE para la religión que muchos de nosotros decidamos PENSAR.

    La FE no mueve montañas, solamente MASAS.

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  2. Qué pinches papelones pasaste, TAD. Te cuento mi camino para llegar a ser ateo. Sentado en la banca de la iglesia, leía el catecismo, de pronto, vi a una anciana orando, cerca de donde yo estaba. Y me dije: No manchen. Años después, encontré las palabras que describían exactamente lo que sentí: "Es como masturbarse mentalmente". Me confesé sólo una vez en la vida, pues era requisito para hacer la primera comunión... Por cierto, me gustó tu entrada.

    Samsamito

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  3. Tu de monaguillo? no tuviste cerca un Ma-Maciel?
    Tu en el semenario? renunciando al sagrado derecho de tocar a las mujeres?

    No te imagino amigo, pero bueno al menos ya no te cuentan de lo que se tratan las cosas.

    Con respecto al ateísmo, quisiera o no quisiera (la verdad es una duda existencial) poder decir que existe o que no existe Dios, no lo se, y supongo que nadie lo sabe. Lo que si te digo de nuevo es que me parece realmente estúpido que la gente se entregue a una religión, ya te dije una vez.

    Si Dios hizo el universo, para que quiere mi dinero??

    Saludos Jelipe!! y andamos amigo,

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  4. Sí, Mapache Man..., de monaguillo (sin sacerdote pederasta de por medio) y en el seminario. Y sí, gracias a ésa formación, ya no me "cuentean", es más, me considero un hueso durísimo de roer.

    Tal vez en algún momento exponga mis experiencias con los Testículos de Jojoba, o con los Mamones. Y a diferencia tuya, yo sí puedo decir que los dioses no existen, ninguno de ellos, incluido el judeocristiano.

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  5. Gracias por compartir esta entrada con quienes un día se nos ocurrió comenzar a leerte, mi buen Felipe. :)

    Tuve la fortuna de contar con un hermano menor hacia el cual mi madre canalizara sus esperanzas, cuando tras la tercera clase de catecismo decidí que eso no era para mí. Me enfermaba aquel ambiente "mágico" que intentaba hacerme olvidar el mundo real que había allá afuera, con tantas cosas por aprender y comprobar empleando los sentidos y el razonamiento lógico.

    No es fácil rechazar la religión con la que se formaron tus padres y hermanos mayores (o la religión en general) cuando tienes apenas ocho o nueve años de edad. Al principio resultó doloroso, luego solamente incómodo, hasta que ya era demasiado mayor para ser presionado por mi desobediencia. Eso sí, pagando el precio del estigma, quizá de por vida.

    Mi madre supo tomarlo con filosofía. Más bien eran dos de sus hermanas quienes se persignaban ante la mención de que su sobrino «todavía no hace la primera comunión».

    Aún así, no guardo rencores. Fue lo que me tocó vivir.

    ¡Un abrazo!

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    Respuestas
    1. Así es, compadre..., nada de medianías (gracias a las enseñanzas de mi madre respecto a la firmeza de ideas) y las sutilezas que se queden para las barbies. Lamentablemente, en nuestro querido México a la gente que optamos por el ateísmo se nos ve con malos ojos, pero casualmente somos los que tenemos mejor calidad humana que algunos crestinos, que diga, cristianos...

      Saludines, y a Rescatar a Delphi. ;)

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