¡Bah!, ¡novatos!
Muchas veces me he preguntado (obvio, para mis adentros, antes que me rompan mi hermosa faz), "¿Es que acaso la gente es imbécil, carece de valentía o es meramente estúpida?" sobre todo en situaciones en que la rapidez de reacción, o de evaluación de la situación o simplemente la activación del instinto de supervivencia es necesario. ¿Y por qué tanta violencia? Preguntarán. Simple.
Resulta que en ésta semana me despedí de un trabajo en que la retribución económica no compensaba de ninguna manera el esfuerzo requerido o solicitado para cumplir con sus labores; algunos de mis amigos se sorprendieron, otros se espantaron, no faltó el pusilánime que pregunta "¿y por qué lo hiciste?" como si tomar una decisión que impulse el desarrollo personal y profesional fuera cuestión de acomodamiento de las necesidades y prioridades de los demás.
No niego que POR EL MOMENTO la situación no pinta nada bien (especialmente que por haber renunciado, el finiquito que me tocó es realmente de risa loca, como la tal Ley Federal del Trabajo que no protege al trabajador), que POSIBLEMENTE tenga que hacer un par de malabares financieros para llegar a fin de mes con una cantidad decentemente parca para sobrevivir, pero lo que nadie toma en cuenta es que a pesar de todo ésto y más, SOY FELIZ y estoy complacido por haberme librado de un yugo más (casi al nivel de "la dijuntita", aunque al menos de éste recibía dinero regularmente en cantidades apreciables) que me anclaba para crecer como persona.
Sí, era necesario. Sí, era inevitable. Sí, era ABSOLUTAMENTE prioritario que terminara ésta relación laboral antes que regresara al eterno círculo de presión innecesaria por requerimientos laborales que exceden las capacidades de cualquiera. Pero sobre todo, necesito probar que un programador especializado en un lenguaje altamente competitivo que está por cumplir el medio siglo de vida aún puede ser muy productivo, aportar a la empresa para la que trabaje (o el proyecto que se le encargue) toda la capacidad y conocimiento adquirido, y lo más importante, que los cincuentones NO SOMOS INÚTILES...
Resulta que en ésta semana me despedí de un trabajo en que la retribución económica no compensaba de ninguna manera el esfuerzo requerido o solicitado para cumplir con sus labores; algunos de mis amigos se sorprendieron, otros se espantaron, no faltó el pusilánime que pregunta "¿y por qué lo hiciste?" como si tomar una decisión que impulse el desarrollo personal y profesional fuera cuestión de acomodamiento de las necesidades y prioridades de los demás.
No niego que POR EL MOMENTO la situación no pinta nada bien (especialmente que por haber renunciado, el finiquito que me tocó es realmente de risa loca, como la tal Ley Federal del Trabajo que no protege al trabajador), que POSIBLEMENTE tenga que hacer un par de malabares financieros para llegar a fin de mes con una cantidad decentemente parca para sobrevivir, pero lo que nadie toma en cuenta es que a pesar de todo ésto y más, SOY FELIZ y estoy complacido por haberme librado de un yugo más (casi al nivel de "la dijuntita", aunque al menos de éste recibía dinero regularmente en cantidades apreciables) que me anclaba para crecer como persona.
Sí, era necesario. Sí, era inevitable. Sí, era ABSOLUTAMENTE prioritario que terminara ésta relación laboral antes que regresara al eterno círculo de presión innecesaria por requerimientos laborales que exceden las capacidades de cualquiera. Pero sobre todo, necesito probar que un programador especializado en un lenguaje altamente competitivo que está por cumplir el medio siglo de vida aún puede ser muy productivo, aportar a la empresa para la que trabaje (o el proyecto que se le encargue) toda la capacidad y conocimiento adquirido, y lo más importante, que los cincuentones NO SOMOS INÚTILES...
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