Del respeto debido contra el respeto merecido.
¡¡Hey, usted, señor, señora, señorita (“seño” pá’no fallarle), ¿a usted l@ respetan? ¿Respeta usted a algo, alguien? ¿Se considera dign@ de respeto? Me ha tocado muchas veces lidiar con creyentes que respetan aunque no estén de acuerdo en la postura atea de su servidor y de su amada esposa (sí, el ateísmo se transmite por capilaridad), y también, creyentes que exponen SUS ideas sin escuchar a nadie ni intentar mentalizar los argumentos de quien se opone a ellos, y son a los que llamo despectivamente (y sólo por que soy educado) CRÉDULA OVEJITA SAULOFAN PSEUDOJUDÍA.
¿Que soy intolerante? Sí, lo soy. Tan intolerante a la estupidez humana voluntariamente abrazada que me transformo en tigre herido cada vez que me toca lidiar con una persona que exhibe su tontería con orgullo. ¿Que caigo en el mismo juego que aquéllos a quienes desprecio? Posiblemente sí, probablemente no. Yo estoy dispuesto a jugar con sus reglas en su campo y seguramente con su público, y aún así, estoy seguro que podría vencerlos con la mitad izquierda de mi cerebro atada a la cintura (bueno, a lo que queda de cintura) en cualquier debate con buenas reglas. ¿Que si persigo “molinos de viento” al intentar “desenvangelizar” a los contrincantes del debate? Pues según entendí las reglas, ellos intentan “evangelizarme” a mí, por lo tanto yo tengo el mismo derecho de hacer lo mismo por la misma justificación. Si un tipo o tipa acompañado por su “contlapache” toca a mi puerta un sábado a las 8 de la mañana y me encuentra en pijama y chanclas, justo es que les retribuya la cortesía debatiendo con ellos y rebatiendo sus incoherencias con hechos científica o históricamente comprobados y comprobables. ¿No sientes que pisoteas el derecho de cada quien a creer lo que quiera, deseé o necesite? Posiblemente, pero si “ellos” también pisotean MI derecho, ¿por qué debería respetarlos si ellos no me respetan"? Bien lo decía Benito Juárez García: “El respeto al derecho ajeno es la conservación de los dientes en su lugar”.
Me pueden alegar y desalegar, echar brincos, bala y sombrerazos, pero yo me rijo por la más sencilla regla de convivencia humana que hay, ésa que dice “no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a tí”, y si alguien a mí me dice “el ateísmo es un peligro para la Humanidad” con todo gusto me dedicaré a puntualizarle el por qué las religiones son el lastre por el que la Humanidad no ha alcanzado su pleno potencial por estar retrasado mil años, mismos que duró la Edad Media; o si un personaje público plantea que los progresos sociales que se han logrado con base en el pensamiento laico y antirreligioso son los que generan guerras, no tengo menos que recordar que las Cruzadas, la Yihad islámica y las últimas tres guerras en Medio Oriente enfrentan a representantes de tres de las religiones monoteístas más concurridas del planeta. ¿Y si de repente llega algún “evangelizador” y me tilda de satánico y mala semilla por no compartir su fantasía y su superstición? Simple, le recuerdo todas y cada una de las inconsistencias y contradicciones de su llamado “libro sagrado”, y que a pesar de que desean regresar a una época en que la avalancha de información ha posibilitado que la gente sea menos crédula y más crítica de lo que la rodea, ésto jamás sucederá. La gente en general está cómoda en su posición respecto a la religión y el modo en que afecta su vida, pero si queremos que la ciudad, el país y el mundo cambie, mejore y progrese, ésta meta necesariamente pasa a través del deshacerse de la religión y sus manifestaciones en la sociedad y en la vida de cada país.; cada uno de los personajes que publicita su opinión sobre “lo que dios quiere” no hace más que inspirarme lástima, tristeza y asco. Quienes deciden que la superstición que profesan es su fiel de vida, su motivación y su guía no hacen nada más que inspirarme miedo y terror, pensando en que su nefasta influencia puede afectar el cómo vemos la vida y el mundo.
Sí, éste año de 2013 de la Era Común será testigo de un Felipe Eduardo recargado, más incisivo, menos tolerante, más sarcástico, menos respetuoso de la superstición ajena, más informado y menos “laissez faire et laissez passer”. Celoso de mi intimidad y mi individualidad, no dudaré un segundo en señalar las falacias en las que incurren mis allegados y los conocidos, aunque ello implique que la gente deje de convivir conmigo. Mi animadversión por los absolutos será multiplicada y expresada, mis vivencias van a regir mis opiniones, y cada una de las pequeñas cosas que derivan en el fanatismo (hacia cualquier cosa o idea, mientras más absurda, peor será) serán atacadas con razones y argumentos, dejando de lado las negaciones por sí mismas. Están advertidos y deben atenerse a las consecuencias.
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