Las Navidades del Dragón de Madera.
La época invernal para mí siempre ha sido una de las más felices, independientemente de su contenido. Simplemente, ODIO el calor, y cualquier clima que no me haga sudar como verraco para mí es bueno o excelente. Pero específicamente, tengo tres o cuatro navidades grabadas a fuego en la memoria...
La primera, tendría como 8 o 9 años, y había descubierto que existe un deporte llamado Football Americano. Me fascinaba ver las formaciones de los jugadores, las jugadas espectaculares, fuí testigo presencial (bueno, por televisión) de la llamada "Inmaculada Recepción" de Franco Harris para ganarle a los Raiders de Oakland, la Cortina de Acero...; así que ésa navidad le pedí a Santa Claus un equipo completísimo de jugador de football americano, hombreras y casco incluídos. En ése entonces, inocente como era yo (he de decir que me identifico mucho con el chiste ése de "¿De qué se ríe Santa Claus? De las cartitas de los niños pobres.) suponía que Santa Claus haría lo imposible para cumplir mi deseo. Me había portado bien todo ése año (salvo una que otra travesura), tenía excelentes calificaciones y sobre todo, obedecía ciegamente las órdenes de mis padres (bueno, casi...), así que no tenía excusa para no traerme el regalo solicitado. Lo que no contaba era con la astucia del buen panzón de rojo. Al pie del árbol de navidad ése año, amaneció el más completísimo equipo de football americano, encarnado en un reglamento de dicho deporte y un reluciente balón oficial... y nada más. Chasco de chascos, a mi hermanito sí le trajeron sus patines, lo que me dió mucho coraje por que apenas sabía leer y no pronunciaba correctamente la "R".
Pero cinco años después tomé venganza. Ya estaba yo bastante peludito (el hecho de afeitarte a los 13 años no es para desdeñarse) y sabía LA VERDAD. Santa Claus y los Reyes Magos son los papás. Obviamente, esperé hasta el día 23 de diciembre para decirle a mi hermano, que anduvo llorando y deprimido todo el día. Y lo reté a quedarse despierto junto al árbol para comprobar la verdad. Después de la cena en casa de mis primos más grandes, regresamos a casa, y yo me dirigí tranquilamente a mi cama mientras mi hermano se llevaba cobijas y almohadas para "velar junto al árbol" y descubrir a mis padres poniendo los regalos bajo dicha planta. Obviamente, mis sabios progenitores SABÍAN que yo había hecho mi diablura y también se dirigieron a dormir (supongo yo) sin dejar los susodichos regalitos. Grande fue mi regocijo la mañana siguiente por la megagripa que había pescado mi hermano, la total ausencia de juguetes y más todavía por que gracias a mis ahorros me había comprado mi primer reloj de pulso y lo estaba estrenando muy ufano. El berrinche de mi hermano fue tal que creo que desde ahí tiene el tono de piel verdoso que lo distingue y le ganó el mote de Sr. Spock entre los cuates.
Como ya lo expresé en otra entrada de mi blog, mi padre murió un 21 de diciembre, así que ése año la navidad se contentó con una cena como del diario, triste, callada y llorosa. Pero al día siguiente 25, con toda la rabia que un adolescente puede contener, me dediqué a quitar el nacimiento que tradicionalmente pone mi madre. Al ver ésto, mi progenitora me recriminó y le contesté "No tiene caso tener éste adorno ahora, extraño a mi padre y ningún dios me lo devolverá jamás". Creo que hasta cierto punto mi madre entendió el punto y no dijo nada más.
Y la última, simplemente travesura. Vivía con mi tercera esposa y sus hijas estaban pequeñas, lo suficiente para todavía tener la ilusión de los regalitos, juguetes y demás. Se me ocurrió la broma de comprar TODOS los regalos y esconderlos por toda la casa, dentro de los clósets, el refrigerador, el horno, y hasta en la caja de arena del gato. He de decir que fue la navidad más divertida para muchos, y sobre todo, la que más sorpresas tuvo.
Y así, tranquilamente y sin prisas, sin más presión que el de saber que no hay nada qué celebrar salvo nuestra propia Humanidad, la navidad ha pasado a un tercer y cuarto plano en mi persona.
La primera, tendría como 8 o 9 años, y había descubierto que existe un deporte llamado Football Americano. Me fascinaba ver las formaciones de los jugadores, las jugadas espectaculares, fuí testigo presencial (bueno, por televisión) de la llamada "Inmaculada Recepción" de Franco Harris para ganarle a los Raiders de Oakland, la Cortina de Acero...; así que ésa navidad le pedí a Santa Claus un equipo completísimo de jugador de football americano, hombreras y casco incluídos. En ése entonces, inocente como era yo (he de decir que me identifico mucho con el chiste ése de "¿De qué se ríe Santa Claus? De las cartitas de los niños pobres.) suponía que Santa Claus haría lo imposible para cumplir mi deseo. Me había portado bien todo ése año (salvo una que otra travesura), tenía excelentes calificaciones y sobre todo, obedecía ciegamente las órdenes de mis padres (bueno, casi...), así que no tenía excusa para no traerme el regalo solicitado. Lo que no contaba era con la astucia del buen panzón de rojo. Al pie del árbol de navidad ése año, amaneció el más completísimo equipo de football americano, encarnado en un reglamento de dicho deporte y un reluciente balón oficial... y nada más. Chasco de chascos, a mi hermanito sí le trajeron sus patines, lo que me dió mucho coraje por que apenas sabía leer y no pronunciaba correctamente la "R".
Pero cinco años después tomé venganza. Ya estaba yo bastante peludito (el hecho de afeitarte a los 13 años no es para desdeñarse) y sabía LA VERDAD. Santa Claus y los Reyes Magos son los papás. Obviamente, esperé hasta el día 23 de diciembre para decirle a mi hermano, que anduvo llorando y deprimido todo el día. Y lo reté a quedarse despierto junto al árbol para comprobar la verdad. Después de la cena en casa de mis primos más grandes, regresamos a casa, y yo me dirigí tranquilamente a mi cama mientras mi hermano se llevaba cobijas y almohadas para "velar junto al árbol" y descubrir a mis padres poniendo los regalos bajo dicha planta. Obviamente, mis sabios progenitores SABÍAN que yo había hecho mi diablura y también se dirigieron a dormir (supongo yo) sin dejar los susodichos regalitos. Grande fue mi regocijo la mañana siguiente por la megagripa que había pescado mi hermano, la total ausencia de juguetes y más todavía por que gracias a mis ahorros me había comprado mi primer reloj de pulso y lo estaba estrenando muy ufano. El berrinche de mi hermano fue tal que creo que desde ahí tiene el tono de piel verdoso que lo distingue y le ganó el mote de Sr. Spock entre los cuates.
Como ya lo expresé en otra entrada de mi blog, mi padre murió un 21 de diciembre, así que ése año la navidad se contentó con una cena como del diario, triste, callada y llorosa. Pero al día siguiente 25, con toda la rabia que un adolescente puede contener, me dediqué a quitar el nacimiento que tradicionalmente pone mi madre. Al ver ésto, mi progenitora me recriminó y le contesté "No tiene caso tener éste adorno ahora, extraño a mi padre y ningún dios me lo devolverá jamás". Creo que hasta cierto punto mi madre entendió el punto y no dijo nada más.
Y la última, simplemente travesura. Vivía con mi tercera esposa y sus hijas estaban pequeñas, lo suficiente para todavía tener la ilusión de los regalitos, juguetes y demás. Se me ocurrió la broma de comprar TODOS los regalos y esconderlos por toda la casa, dentro de los clósets, el refrigerador, el horno, y hasta en la caja de arena del gato. He de decir que fue la navidad más divertida para muchos, y sobre todo, la que más sorpresas tuvo.
Y así, tranquilamente y sin prisas, sin más presión que el de saber que no hay nada qué celebrar salvo nuestra propia Humanidad, la navidad ha pasado a un tercer y cuarto plano en mi persona.
Lástima que no te gusta que te regalen, ya tenía tu regalo sorpresa. jeje. Igual deseo que la pases en compañía de tus seres queridos en paz, con salud y te acuerdes de las amigas que aún en la distancia desean lo mejor para ti.
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