Breve Historia de un padre a toda madre.
Un día como hoy 10 de agosto hace 84 años, nació un niño en un barco que estaba a un par de días de atracar en el puerto de Veracruz, México. Sus padres, huyendo de la pobreza que imperaba en España en ésa época y de la persecución religiosa que a los seguidores de las antiguas religiones vascuences se realizaba por parte de la iglesia católica tenían el sueño de que una vez terminada la Revolución Mexicana pudieran tener mejores horizontes para criar a sus hijos. Al ser el primer hijo varón de la familia, siguieron la tradición de la familia Ortiz, la cual consiste en nombrar al nieto con el nombre del abuelo, siendo el pequeño la 16a. generación que hacía éste ritual. Carlos Eduardo Ortiz de la Fuente era su nombre completo; al ser registrado ya en México como ciudadano con plenos derechos y obligaciones, el "de la" desapareció para siempre de su apelativo.
Aparentemente, fue un niño normal. Su padre (mi abuelo, don Felipe Eduardo) puso una panadería en el barrio de Talismán, y en ella basó su fortuna y su vida. Mi abuela, doña Ligia de la Fuente se dedicó a la administración doméstica y a criar a sus hijos con una fortísima dosis de raíces vascuences y de hispanidad casi indomable. En su casa, la bandera de Euzkal Erría ondeaba orgullosa junto a la bandera de México y la de España. No todo fue miel sobre hojuelas, todos sus hijos sufrieron la discriminación que los vencidos otorgan a los vencedores caídos en desgracia, llamándolos "gachupines" y "españoletes ojetes" cuando menos. Pero esos mismos niños que así los llamaban disfrutaban de todos esos deliciosos panes que salían de los hornos de "La Bilbaína", la panadería que mi abuelo hizo famosa y que aún en mi temprana niñez logré disfrutar. Llegado el tiempo, mi padre estudió la secundaria, aprovechó las becas estudiantiles que Lázaro Cárdenas puso a disposición de los emigrados españoles de la Guerra Civil española y entró al recién formado Instituto Politécnico Nacional, graduándose de Ingeniero Mecánico. Pero aún destacaba por su fuerte complexión de leñador proveniente de la Guipúzcoa vasca, su piel blanca y su cabello claro sin ser totalmente rubio, sus hombros fuertes, sus manos enormes y sus profundos ojos verdes; según decía mi padre él fue un puntal muy importante para la victoria del primerísimo "Clásico" de football americano entre los Burros Blancos del Politécnico y los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México, ya que su desempeño como tackle ofensivo fue decisivo para alcanzar y sostener la última ofensiva que le dió el triunfo al Poli.
En el ámbito laboral, comenzó como inventariador de partes automotrices y producto terminado dentro de Automex, S. A. de C. V. dentro de su planta de Toluca, Estado de México, recién inaugurada y en la que se distinguió y continuó carrera hasta llegar a jefe de diseño de motores. En ésas felices épocas, los autos se armaban totalmente en México, siguiendo especificaciones y diseños provenientes de Detroit, Michigan; y específicamente en Automex, se usaban los diseños de una pequeña empresa armadora que tenía una serie de problemas financieros un año sí y al otro también. Al recibir su nombramiento de jefe de diseño, voló a Detroit a tomar capacitación para desempeñar su labor de labios del mismísimo Walter Chrysler, entonces casi retirado y a dos años de su muerte en un accidente lamentable. Y regresó a México a despecho de todos los esfuerzos por convencerlo de quedarse en Estados Unidos (felizmente no hizo caso gracias a su cabeza dura, si no éste blog lo leerían en inglés.) y tomar el mismo puesto en la planta de Michigan. Y la razón final, sencilla como un vaso con agua, es que se había enamorado de una mujer maravillosa.
A principios de 1960 se casó con su amor, la mujer que había seleccionado para ser su esposa para toda la vida. Cuatro años después, nació el primogénito de sus hijos y en 1968 el segundo hijo, el que terminó matándolo. Como padre, puedo dar fe que no había un HOMBRE que fuera a la vez estricto y cariñoso, educativo e impositivo. Como esposo, sólo puedo decir de él que aún ahora, mucho tiempo después de su penosa muerte, aún es llorado por las noches. Uno de los rasgos que más recuerdo de él es que a pesar de tener un hijo (como él decía, "la piel de Judas Iscariote".) terco, tozudo, hiperactivo, inquieto, inquisitivo, remolón y voluntarioso, jamás perdió la sonrisa o el aplomo, sobre todo cuando en mi época de secundaria lo mandaban llamar una semana sí y a la otra dos veces por que había realizado una nueva diablura, pero siempre con un dejo de inteligencia y genialidad. Y era muy justo para los castigos (También puedo dar fe de ello, sobre todo a la hora de los cinturonazos. Ni uno más ni uno menos, siempre la cantidad justa), sobre todo, la oportunidad para administrarlos; siempre en el momento adecuado y con la dosis justa de "jiribilla", suficiente como para generar conciencia y uno que otro verdugón. Otro recuerdo verdaderamente imborrable es cuando le permitieron firmar los motores que se producían en su línea de ensamblaje, sobre todo los de un automóvil llamado "Barracuda" y otro el "Dodge Acapulco", el cual también era el auto de mi familia. Blanco, impoluto, limpio como patena de iglesia, ni los pájaros osaban acercarse al auto, veloz como el viento y seguro como un avión en las expertas manos de mi padre.
El último año de su vida fue decisivo. Yo decidí entrar a estudiar al Politécnico, llenando de orgullo a mi padre. Y también, mi hermano comenzó a generar un rencor enorme por él, al grado que dos meses antes de su muerte, le gritó a voz en cuello que él no lo consideraba su padre; al día siguiente de éste incidente le sobrevino un infarto terrible, que lo postró en cama y le impidió trabajar hasta el día de su muerte. Un nuevo coraje con mi hermano y ésta vez, dos infartos fulminantes. Nunca más recuperó la conciencia. El 21 de diciembre de 1981 expiró plácidamente, incapaz de despedirse de sus hijos y de su amada esposa, ahora viuda. Sus cenizas fueron esparcidas en la planta de Chrysler de México (previo permiso de los administradores) y ahí terminó su vida.
Solamente dos personas aún lo recordamos, mi madre y yo. Y ella reza por él todas las noches, yo solamente recuerdo su sonrisa y me dan unas ganas terribles de llorar.
Que forma tan padre de describir a un Padre... Es una pena que haya tenido que irse.
ResponderEliminarAhora comprendo muchas cosas
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