El enamoramiento de mi espacio de vida.
Como toda historia de
amor, comienza con una decisión que podría parecer precipitada (en
ése momento), y gradualmente ha permeado en mis sentimientos
poco a poco, casi como una enfermedad benigna. El pueblo en el que
vivo, San Gregorio Atlapulco, enclavado en una zona chinampera y
rural de la delegación Xochimilco (al sur de la Ciudad de México)
me ha sorprendido gratamente, me ha proporcionado una visión
diferente de la vida y las personas; por supuesto, como todo en la
vida, tiene problemas, defectos y virtudes, pero también muchas
ventajas y satisfacciones, mismas que me han determinado a permanecer
en éste pueblo lo más que pueda, conocerlo a fondo y sobre todo,
ahondar en la dinámica de éste precioso lugar.
Lo he recorrido poco aún,
conozco lo esencial por el momento, sé dónde está el mercado y los
puestos donde venden la verdura y carne más fresca y sabrosa, el
café internet más barato del pueblo, el café donde sirven unas
cenas que no tienen progenitora, el técnico que puede reparar y dar
nueva vida a mi XBox viejito, los tacos al pastor más sabrosos que
he probado en mi vida (y viniendo de la colonia Guerrero, eso ya
es explicitar bastante), la tiendita donde venden las mejores
botanas propias, el pequeño supermercado copia de las grandes
cadenas de tiendas de conveniencia dónde hacer retiros de mi tarjeta
bancaria, la tlapalería dónde comprar ésos pequeños materiales e
implementos que permiten mejorar un poco mi entorno de vida en el
departamento, y así. Al ser un lugar de paso en el destino hacia
Cuautla y Cuernavaca por la carretera federal, los habitantes están
acostumbrados a ver mucha gente de paso, conservando sus costumbres y
tradiciones; como que ya comienzan a identificarme y muchos ya me
llaman “vecino” (lo cual aquí, para una persona
“nueva” en el pueblo, es todo un cumplido). La arquitectura
es eminentemente práctica, casas fuertes sin muchos ornamentos,
diseñadas en el mexicanísimo “mueganito style” que tanto
abunda en las zonas con bajo poder adquisitivo pero con muchas ganas
de salir adelante en la vida, hay muchos tendajones, negocios
pequeños unifamiliares, las calles y banquetas son uniformemente
disparejas y maltratadas, pero lo que salva ésto es la diversidad de
gustos y estilos. Puedes ver un templo de los “testigos de jehová”
(para mis pulgas, hay uno de ésos por acá) junto a una
construcción de una familia que se nota que ha sido construida
durante muchos años; la iglesia católica del pueblo (ésta sí,
preciosa, adornada y con un estilo entre churrigueresco y “mira lo
que me encontré” que es delicioso) es apenas más grande que
una ermita y no alcanza a contener a la gente que asiste a los
servicios, pero como en todo pueblo rural, tiene su propio jardín,
su atrio espacioso y áreas destinadas a realizar eventos.
La gente es interesante,
muy interesante. Casi todos son campesinos, chinamperos acostumbrados
al trabajo rudo, a tratarse de “usted” y a estrecharse la
mano apenas rozando los dedos, de manos fuertes y callosas, pero
sonrisa franca y ojos chispeantes, las mujeres mayores se llaman
“comadre” o
“comadrita” entre ellas, seguramente por que lo son (yo
no lo dudo nadita) y son costumbrísticamente tímidas y al mismo
tiempo de carácter fuerte, las personas mayores son respetadísimas
y todas son “tío” o “tía”, receptores de una hermosa y
motivante solidaridad de la gente que cruza su camino con ellos
(incluído yo) que te hace recuperar la fe en la gente y que
el mundo no está tan jodido como aparenta. A pesar de ser parte de
la Ciudad de México, sigue siendo un pueblo, un espacio en que el
trabajo duro, la tradición y la modernidad conviven en aparente
calma y armonía. Como apuntaba anteriormente, hay dos o tres café
internet equipados con una mixtura de equipos diversa, no siempre
iguales entre ellos y donde escuchar el título “ingeniero de
sistemas” les hace abrir los ojos en una clara expresión de
sorpresa, como que todavía no les hace sentido el hecho que alguien
de cierta cantidad o calidad de educación desée vivir en éste
bucólico y hermoso pueblecito; pero también, San Gregorio Atlapulco
es “el pueblo del teléfono celular”, casi cada calle o avenida
tiene una o dos tiendas en la misma cuadra que vende y distribuye
productos, planes de servicio, aparatos, tiempo aire, chips,
reparaciones y un amplio “etcétera” con el tema “teléfono
celular”. Y se entiende, especialmente por que al ser un pueblo
rural, la gente que trabaja en las chinampas sale a trabajar y debe
estar comunicada con su familia.
¡Las fiestas! ¡Benditas
fiestas! La gente aquí es muy fiestera, los ánimos de pasar un buen
rato conviviendo con los vecinos están fuertemente enraizadas en un
pueblo que durante siglos permaneció aislado, dedicado a sus
chinampas y a sus cultivos. Sabes que hay fiesta de cualquier tipo
(algunos de mis vecinos parece que tienen cumpleaños cada mes o
algo así) por los cohetones y la música a todo volumen; los
Michirilos Bichicoris al principio se asustaban y escondían, se
ponían extremadamente nerviosos con el estruendo de los cohetes y
las luces de la pólvora al quemarse, pero ya se han acostumbrado y
ahora duermen a pata suelta mientras resuena un “¡¡BOOM!!”
continuado de las explosiones de las luces de color. El Niñopa, San
Gregorio Magno, Semana Santa, las posadas, la navidad, son ocasiones
de fiesta, fervor y jolgorio en todo el pueblo y éste ateo ha sido
invitado un par de veces, he aceptado participar más que nada por
curiosidad y ánimo de convivencia, pero mis vecinos no saben la
clase de ente diabólico y perverso que vive casi junto a la iglesia
del pueblo. De hecho, las invitaciones han llegado al grado de
intentar hacerme partícipe de la mayordomía por la visita del
Niñopa al pueblo, invitación que graciosamente decliné pretextando
“es que trabajo lejos y no llego a las juntas”..., y con
éso se conformaron (por el momento) para no insistir en mi
participación. Pero se agradece el gesto, especialmente por que
denota que al menos para los vecinos más cercanos, he sido aceptado
como “parte del paisaje” y como habitante con plenos
derechos de éste primoroso pueblecito.
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