Kilos, medios kilos, cuartitos...
Como cualquier otro día común, corriente, normal y sin nada especial, Francisco llegó a su casa, arrojó los zapatos, se quitó el saco, se aflojó la corbata antes de quitársela con gesto hastiado y se dirigió al baño a satisfacer la apremiante necesidad de deshacerse de todo el líquido ingerido en la tarde, tazas y más tazas de café negro, casi sin azúcar, fuerte, pesado, cafeína líquida que le permiten a sus neuronas esforzarse al máximo para rendir en su trabajo de programador. Los jeans y la camiseta que viste después de salir y dirigirse a su recámara le hacen sentirse cómodo, relajado y en casa, por fin en casa; pero ahora surge una nueva necesidad. Distribuir entre los perros callejeros y gatos ferales de su barrio los kilos, los medios kilos y los cuartitos de carne que habitualmente, cada noche desde hace muchos años les ha repartido con toda la buena intención de que es capaz una persona que ama a los animales profundamente, tan profundamente como odia a los seres humanos que