La siempre presente muerte.
Hace poco más de seis meses, una amiga mía me pidió que le buscara un gatito, por que deseaba adoptar uno. Por azares del destino, no pude recomendarle a tiempo a un rescatador de mis confianzas y a ésta amiga la contactó una tal "Gata McLane" ( y durante ésta relatoría, así me referiré a ella, por el simple hecho que no me aprendí su nombre y es más identificable para los interesados de ésta manera ) que le ofreció un gatito recién rescatado en adopción. Felicité a mi amiga, y la vida siguió, hasta que me avisa que ya tiene al gatito en su poder, que debe mudarse de casa y me solicitaba el favor de cuidárselo por unos días en lo que termina de adecentar su nuevo departamento. Como en ése entonces yo acababa de adoptar a un gatito siamés de corta edad, me pareció que sería buena idea, además para que el gatito de mi amiga tuviera un ambiente más relajado para desarrollarse, al menos por el tiempo que estuviera a mi cuidado. Lo primero que noté del tal gatito ( su nombre o